Aquella mirada… lo decía todo. Estaba
totalmente seguro de que aquellos ojos le miraban sólo a él. Sobre todo por la
sonrisa que se enmarcaba junto con ellos en aquella cara preciosa que seguía
viendo cuando se acostaba y cerraba los ojos. Entonces soñaba paseos
interminables por caminos infinitos cogidos de la mano… sí, siempre cogidos de
la mano, y cuando despertaba, seguía viendo aquellos ojos y aquella sonrisa
mientras desayunaba y cuando caminaba hacia…
─ ¡Oye, Manolito, deja ya de mirarme con esa cara y
ponte a trabajar que luego te tienes que llevar las tareas para casa!
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