viernes, 16 de septiembre de 2016

Espérame sentada



El sol se ponía y la tarde agonizaba mientras que ella miraba a través de los cristales de la ventana de su habitación. Pero no era ni el paisaje ni el cambio de luces del atardecer lo que llamaba su atención sino aquél punto que poco a poco iba creciendo a medida que se acercaba a la casa.
El vehículo paró enfrente de la vivienda y, después de apagar las luces, alguien salió y se dirigió resueltamente hacia la puerta. María, con la mano asiendo el pestillo y el corazón a punto de salírsele del pecho, esperó que la persona recién llegada golpease con el picaporte.
El seco sonido de la aldaba la sobresaltó aunque estaba esperando la llamada. Contó mentalmente hasta diez antes de abrir la puerta para no delatar su impaciencia. Abrió de par en par y se lanzó sin pensarlo dos veces a los brazos del recién llegado.
Amor mío, ¡cuánto tiempo esperándote! Musitó junto al oído del abrazado.
Pues verá, señora, respondió no soy quien estaba Vd. esperando y, la verdad sea dicha, no esperaba un recibimiento tan efusivo.
María retrocedió soltándose del abrazo como si le hubiera dado una descarga eléctrica. Intentó decir algo pero no logró articular palabra.
El otro, viendo su estado de sorpresa y nerviosismo, le alargó un sobre diciendo:
Esta carta me la dio un señor mayor en el aeropuerto hace un par de horas y me dijo que hiciera el favor de traerla a esta dirección.
¿Y no le dijo nada más?
Sí, me dijo algo pero no entendí bien a lo que se refería.
¿Y qué fue lo que le dijo? Por favor, estoy en ascuas.
Pues me dijo textualmente que se sentara Vd. tranquilamente porque él tenía que irse urgentemente a las antípodas.

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