El
supositorio, hoy en día prácticamente desaparecido como medicamento de uso
frecuente, era el “terror” de los niños de mi infancia, seguramente por lo que
suponía de invasión de la zona anal.
Su uso
se solía reducir al tratamiento del resfriado (supositorios balsámicos) o del
estreñimiento (supositorios de glicerina). También los había con composición
analgésica y antitérmica creo recordar.
En mi
caso sólo sufrí los balsámicos, a los que mi madre era muy aficionada en cuanto
nos sentía toser, aunque mi hermano Rafael Carlos también lloraba y pataleaba
cuando le ponían los de glicerina porque era muy estreñido. Tenían que
ponérselos mis padres al alimón porque era imposible sujetarle.
Asociado
también a los supositorios balsámicos, mi madre, aconsejada por el médico,
también utilizaba el Vicks vaporub que con sus efluvios colaboraba a la
descongestión nasal. No obstante mi padre añadía de su cosecha un complemento
especial para acabar con resfriados y gripe: Leche caliente con coñac y una
aspirina, y es que los niños y las niñas de entonces éramos mucho más fuertes
que los de ahora, por eso estamos vivos, digo yo.
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