Todavía recuerdo aquel aparato que había
colgado en la pared del cuarto de baño cuando yo era niño y que nadie me quería
explicar ni su funcionamiento ni su utilidad: “Ya te enterarás si es que te
hace falta alguna vez” era la contestación que solía obtener cuando me ponía
pesado con mis preguntas.
El aparato en cuestión era el que se utilizaba
para las lavativas intestinales cuando se sufría un estreñimiento agudo y, como
muchas personas recordarán, constaba de un depósito del que salía un tubo de
goma terminado en un pitorro que poseía una pequeña llave de paso; el depósito
se ponía en alto para que el líquido penetrase por gravedad a través del ano
del paciente, vamos, lo que ahora se llama un “enema” y que se vende en las
farmacias en tamaño reducido y sin tener que colgar el antiguo artilugio en el
cuarto de baño.
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