El
hielo del gin-tonic había desaparecido igual que el conejo del sueño. Fue a la
cocina y trajo un par de cubitos que añadió a la bebida. La probó. Aunque un
tanto aguada pero le serviría para tratar de ordenar sus pensamientos y los retazos
que recordaba de su sueño sincopado… Lo pensó mejor y se lo bebió de un trago.
Apagó
el televisor, subió a la planta de arriba, se duchó y se metió en la cama para
tratar de descansar. El sueño le llevó en sus brazos durante toda la noche y no
despertó hasta que el sol comenzó a entrar por la ventana.
Al fin
se sentía fresco y despejado. Era lunes y tendría que abrir su negocio aunque
quizás no tuviera clientes en toda la jornada. “Mejor así”, pensó “tendré
tiempo de ordenar mis ideas y tal vez consiga descifrar el dichoso sueño”.
Efectivamente,
cuando dieron las dos de la tarde, cerró sin que nadie hubiera asomado y el
teléfono también había permanecido mudo, lo que le permitió sacar adelante todo
el papeleo pendiente y que tenía que llevar a la gestoría al día siguiente sin
falta. De paso le preguntaría a Gregorio lo que sabía acerca de la historia de
la casa del abuelo. Dejó un cartel pidiendo disculpas y se fue a comer con la
intención de no abrir en toda la tarde.
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