Le
llamaba el agente de la compañía de seguros para encargarle un ataúd de tipo
standard para un cuerpo de un metro setenta y cinco. Lo necesitaban para esa
misma tarde.
─ ¿Para
esta misma tarde? ─ Preguntó con un deje de malhumor en la voz.
─ Sí,
Emilio, es para el cadáver de la chica que ha aparecido muerta junto al río, ─
contestó su interlocutor, y apostilló. ─ Será necesario que la maquilles para
que la familia la vea con un aspecto más agradable si eso es posible.
─ De
acuerdo, supongo que tengo que llevarlo al tanatorio. Pero ¿le han hecho ya la
autopsia?
─ No,
aún no, pero quiero que esté disponible para el momento en que el forense
acabe, ¿de acuerdo?
─
Cuenta con ello, lo tendrás ahí a eso de las cinco.
─ Muy
bien, en eso quedamos. ─ Dijo el del seguro cerrando la conversación.
Colgó
el teléfono y trató de seguir el hilo de la noticia pero ya estaban en la sección
de deportes y cambió de canal por si en alguna cadena nacional se hacían eco
del crimen. No hubo suerte y se dedicó a preparar el papeleo para la compañía
de seguros.
A las
cinco menos diez llegaba con el coche fúnebre a la entrada del tanatorio y
entró en la zona reservada a los traslados donde ya le esperaba Jacinto, el
agente de seguros.
─
Bueno, ya estoy aquí, ¿Dónde está la chica que hay que preparar?
─ El
forense acaba de terminar y está en una de las cámaras. Sígueme.
Tomó su
maletín y siguió a Jacinto hasta la morgue donde sacaron el cadáver de la
muchacha para colocarlo bajo la luz de uno de los focos y proceder a la tarea
del maquillaje.
Cuando
hubo terminado, la pasaron al ataúd y colocaron éste en el lugar adecuado para
que la familia y amigos la pudieran ver si querían. Salió de allí con la cara
de la chica grabada en su mente como si se la hubieran tatuado.
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