lunes, 22 de febrero de 2016

De madrugada



Al fin consiguió encontrar el número 12 de la calle. Probó una por una las llaves hasta que consiguió dar con la que abría el portal del bloque de pisos.
Penetró en el interior y, a tientas, localizó el interruptor de la luz. Tambaleante se dirigió hacia el ascensor, entró en él y estuvo un buen rato intentando pulsar el botón del piso noveno.
Cuando el elevador se detuvo, se quedó como hipnotizado viendo cómo se abría la puerta y cuando al fin decidió salir del habitáculo casi se vio bloqueado por la puerta que ya se cerraba.
Volvió a tantear la pared para encontrar el interruptor de la luz y, cuando lo consiguió, se quedó como estupefacto mirando el corredor que daba acceso a las diferentes viviendas.
Con paso inseguro avanzó hasta que encontró la puerta que tenía el número trece y allí se detuvo quieto como una estatua tratando de decidir, entre la nebulosa que ocupaba su cerebro, si aquél era o no su destino.
Por fin abandonó la inmovilidad y pulsó el timbre sin que nadie contestara a su llamada. Repitió la operación varias veces sin recordar que él vivía solo y no había quien le abriese la puerta. Estuvo llamando hasta que perdió el conocimiento.
Los vecinos le encontraron inconsciente y llamaron a emergencias. Una ambulancia le trasladó al hospital donde ingresó en coma producido por una impresionante ingesta de alcohol.

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