Así se llamaba a los comercios donde se
vendían comestibles. Cuando yo era pequeño había dos de estas tiendas en mi
barrio de la Ciudad Jardín cordobesa y ambas estaban en la misma calle: el
Camino viejo de Almodóvar (o Antonio Maura).
La tienda de “Manolín” estaba en la zona
comprendida entre las calles Marruecos y Capitán Cortés y la de “Chari” en la
esquina con Magistral Seco de Herrera.
Yo iba casi siempre a la de Manolín porque me
parecía que estaba más cerca de mi casa. Recuerdo los sacos de garbanzos,
habichuelas y lentejas situados detrás del mostrador de madera, cada uno con su
pala dentro para echarlos en los cartuchos de papel, las galletas María de
Artiach y las Tostadas de Ruvil en sus cajas de lata de forma cúbica, los
caramelos y los frutos secos en aquellos tarros de cristal que estaban sobre el
mostrador y que se te metían por los ojos diciendo “cómeme”, el queso dentro de
su quesera de tela metálica y el jamón colgado de un gancho. El aparato medidor
del aceite, el barrilito del vinagre y otro más grande de vino de veinticuatro,
etc,… componían un decorado que no se me ha olvidado todavía. Había que llevar
un canasto de palma para la compra y eso es lo que menos me gustaba pero como
no había otro remedio… (Quién me iba a decir que, con el tiempo, yo aprendería
a hacer los canastos de palma gracias a María Cuesta “la Camiona” en Palma del
Río)
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