Al fin consiguió encontrar el número 12 de la
calle. Probó una por una las llaves hasta que consiguió dar con la que abría el
portal del bloque de pisos.
Penetró en el interior y, a tientas, localizó
el interruptor de la luz. Tambaleante se dirigió hacia el ascensor, entró en él
y estuvo un buen rato intentando pulsar el botón del piso noveno.
Cuando el elevador se detuvo, se quedó como
hipnotizado viendo cómo se abría la puerta y cuando al fin decidió salir del
habitáculo casi se vio bloqueado por la puerta que ya se cerraba.
Volvió a tantear la pared para encontrar el
interruptor de la luz y, cuando lo consiguió, se quedó como estupefacto mirando
el corredor que daba acceso a las diferentes viviendas.
Con paso inseguro avanzó hasta que encontró la
puerta que tenía el número trece y allí se detuvo quieto como una estatua
tratando de decidir, entre la nebulosa que ocupaba su cerebro, si aquél era o
no su destino.
Por fin abandonó la inmovilidad y pulsó el
timbre sin que nadie contestara a su llamada. Repitió la operación varias veces
sin recordar que él vivía solo y no había quien le abriese la puerta. Estuvo
llamando hasta que perdió el conocimiento.
Los vecinos le encontraron inconsciente y
llamaron a emergencias. Una ambulancia le trasladó al hospital donde ingresó en
coma producido por una impresionante ingesta de alcohol.
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