─ ¿No
vendrás a pedirme que te pague el trabajo? ─ La voz de don Aurelio resonó en el
silencio y Nicolás la sintió como un bofetón en plena cara.
El
silencio era espeso, se diría que podría cortarse con un cuchillo, hasta que
Nicolás se rehízo y contestó con voz clara y serena:
─ No
exactamente, vengo a proponerle un trato…
El
cacique se volvió lentamente y clavó en Nicolás una mirada interrogante.
─ Un
trato, un trato, ─ dijo arrastrando las palabras, ─ y qué trato se te ha
ocurrido proponerme, si se puede saber.
─ Pues
que tome usted su deuda conmigo como un primer pago del total que le dejó a
deber mi padre y el resto se lo iré pagando con trabajos en sus fincas y con lo
que pueda ahorrar.
La
carcajada rellenó el espacioso despacho y don Aurelio incluso llegó a
atragantarse con la risa.
─ ¿Me
tomas por tonto? El tiempo del pago se acabó y sólo tengo que ejecutar el
embargo sobre los bienes de tu madre… ¡Idiota! Y va el muy tonto y me propone
un trato. ¿Pero quién te crees que eres, majadero?
─ Sólo quiero que mi
madre no sufra la vergüenza de que la echen de su casa…
─ Mira, cateto, me voy
a sentir magnánimo y te voy a dar un plazo de cuatro años pero me pagarás el
doble y de una sola vez y, además, pondrás como garantía tu
propia casa y el taller. ¿Qué te parece?
Nicolás
estaba entre la espada y la pared y aceptó la propuesta por más que la
consideraba imposible de cumplir, pero no tenía alternativa así que firmó los
papeles que trajo el administrador y se volvió a casa de su madre…
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