Tomó el
sobre que le tendía ella y sólo pudo articular un “Gracias” con voz pastosa.
─ No
se preocupe, joven, no tiene nada que agradecerme, ayudándole a usted también
cumplo una venganza que estaba cocinando desde hace mucho tiempo. ─ Tomó aire y
continuó. ─ Vaya a ver al malnacido de don Aurelio y dígale que tiene el sobre,
pero antes póngalo en manos de alguien de su entera confianza por si acaso.
El viaje
de vuelta fue para Nicolás como un bálsamo que milagrosamente le curó de la
fiebre y de su preocupación principal pues creyó a pies juntillas todo lo que
le dijo la misteriosa señora.
A la
mañana siguiente se encaminó a la casa del cacique no sin antes dejar el sobre
en el despacho del abogado que le llevaba el papeleo del taller y que se alegró
de verle sobre todo viendo el inmejorable aspecto que presentaba de nuevo
Nicolás.
Llegado
pues a la puerta del caserón donde vivía don Aurelio, llamó a la puerta y,
enseguida, le abrió el administrador como si le hubiera estado esperando.
Esta vez
no tuvo que esperar más de tres o cuatro minutos y don Aurelio le recibió en su
despacho:
─ ¿No
me digas que vienes a pagarme? ─ Preguntó fingiendo sorpresa.
─ No,
tengo algo mejor. ─ Contestó Nicolás serenamente.
─ No
será otro trato para alargar los plazos, ¿verdad?
─ Pues
no, simplemente vengo a comunicarle que tengo el sobre.
─ Y
¿se puede saber qué sobre es ése?
─ Uno
que me dio cierta señora y que me dijo que debía comunicárselo a usted.
Nicolás
vio cómo el fulano palidecía y dirigía una mirada interrogante al administrador
que lo presenciaba todo de pie junto a la puerta.
─ ¿Dónde
están los papeles que firmó Nicolás? ─ Rugió.
El
administrador rebuscó en el archivador y, no encontrando nada, contestó:
─ Lo siento don Aurelio, pero
aquí no hay nada de eso. Sólo están los demás contratos y las escrituras de sus
propiedades.
─ Bueno, ─ dijo Nicolás
sonriendo. ─ Ya que no tengo que hacer frente a ninguna deuda, lo mejor es que
les deje a ustedes con su tarea y me vuelva a mi casa.
─ No creas que esto se acaba
aquí, joven, los papeles aparecerán y, entonces, no tendré piedad de ti, te
denunciaré e irás a la cárcel por deudas.
─ Gritó desde el despacho don Aurelio mientras Nicolás salía a la calle
y caminaba feliz por su buena suerte.
Al cabo de un buen rato, y ya en su casa, Nicolás
estaba tratando de adivinar quién era el responsable del robo que había sufrido el cacique y cómo habría ido todo a
parar a sus manos de parte de la señora, cuando sonó el teléfono:
─ Hola, Nicolás, soy el administrador del canalla de
don Aurelio. La señora está muy contenta de que todo haya sucedido según lo
previsto…
Y, sin más, colgó el teléfono.
¿Final o CONTINUARÁ....?
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