lunes, 15 de octubre de 2018

La deuda impagada (y 9)


Tomó el sobre que le tendía ella y sólo pudo articular un “Gracias” con voz pastosa.
No se preocupe, joven, no tiene nada que agradecerme, ayudándole a usted también cumplo una venganza que estaba cocinando desde hace mucho tiempo. ─ Tomó aire y continuó. ─ Vaya a ver al malnacido de don Aurelio y dígale que tiene el sobre, pero antes póngalo en manos de alguien de su entera confianza por si acaso.
El viaje de vuelta fue para Nicolás como un bálsamo que milagrosamente le curó de la fiebre y de su preocupación principal pues creyó a pies juntillas todo lo que le dijo la misteriosa señora.
A la mañana siguiente se encaminó a la casa del cacique no sin antes dejar el sobre en el despacho del abogado que le llevaba el papeleo del taller y que se alegró de verle sobre todo viendo el inmejorable aspecto que presentaba de nuevo Nicolás.
Llegado pues a la puerta del caserón donde vivía don Aurelio, llamó a la puerta y, enseguida, le abrió el administrador como si le hubiera estado esperando.
Esta vez no tuvo que esperar más de tres o cuatro minutos y don Aurelio le recibió en su despacho:
¿No me digas que vienes a pagarme? ─ Preguntó fingiendo sorpresa.
No, tengo algo mejor. ─ Contestó Nicolás serenamente.
No será otro trato para alargar los plazos, ¿verdad?
Pues no, simplemente vengo a comunicarle que tengo el sobre.
Y ¿se puede saber qué sobre es ése?
Uno que me dio cierta señora y que me dijo que debía comunicárselo a usted.
Nicolás vio cómo el fulano palidecía y dirigía una mirada interrogante al administrador que lo presenciaba todo de pie junto a la puerta.
¿Dónde están los papeles que firmó Nicolás? ─ Rugió.
El administrador rebuscó en el archivador y, no encontrando nada, contestó:
─ Lo siento don Aurelio, pero aquí no hay nada de eso. Sólo están los demás contratos y las escrituras de sus propiedades.
─ Bueno, ─ dijo Nicolás sonriendo. ─ Ya que no tengo que hacer frente a ninguna deuda, lo mejor es que les deje a ustedes con su tarea y me vuelva a mi casa.
─ No creas que esto se acaba aquí, joven, los papeles aparecerán y, entonces, no tendré piedad de ti, te denunciaré e irás a la cárcel por deudas.  ─ Gritó desde el despacho don Aurelio mientras Nicolás salía a la calle y caminaba feliz por su buena suerte.
Al cabo de un buen rato, y ya en su casa, Nicolás estaba tratando de adivinar quién era el responsable del robo que había sufrido el cacique y cómo habría ido todo a parar a sus manos de parte de la señora, cuando sonó el teléfono:
─ Hola, Nicolás, soy el administrador del canalla de don Aurelio. La señora está muy contenta de que todo haya sucedido según lo previsto…
Y, sin más, colgó el teléfono.



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