Con todo
este bullir de recuerdos en su cabeza, Nicolás siguió caminando y, cuando quiso
darse cuenta, la silueta de una gasolinera se recortó a lo lejos. El último
trecho lo recorrió en un tiempo record y, al llegar a la pequeña estación de
servicio, preguntó al expendedor si tenía el teléfono de un taller que no
estuviese muy lejano.
─ Mi
primo tiene un taller en el pueblo. ─ Comentó el interpelado.
─ ¿Y
está muy lejos? ─ Insistió Nicolás.
─ Sólo
está a cinco o seis kilómetros… Si quiere le puedo llamar.
─ ¿Y
podría remolcar mi camioneta?
─ Por
supuesto.
─ Pues
entonces, llámele, por favor.
El
individuo sacó su teléfono móvil y marcó un número. Al poco una voz contestó y
el gasolinero le explicó el caso de Nicolás.
Estaba
anocheciendo ya cuando Nicolás estacionó su camioneta junto al edificio que
mostraba el número 72 de la Avenida Principal. Estaba sudando a causa de la
fiebre que padecía desde hacía cuatro días. Era una simple gripe pero le había
afectado bastante y, sobre todo, en el peor momento, cuando recibió la llamada
de teléfono. Primero pensó posponer el viaje pero después el intrigante mensaje
de la misteriosa mujer le hizo tomar la decisión de viajar aun cuando estaba
enfermo…
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