En otros tiempos, cuando no se usaban los
insecticidas y pesticidas de forma más o menos indiscriminada, los niños y
niñas podíamos comer determinadas plantas que crecían silvestres tanto en el
campo como en los solares que había en gran cantidad en los barrios
periféricos.
Había plantas cuyas flores tenían un sabor
dulce que los críos chupábamos con fruición y a las que llamábamos
“chupamieles” que no era otra sino la Anchusa officinalis, aunque esto lo he
sabido mucho después cuando estudiaba botánica y aprendí que la sustancia que
había en sus flores era un expectorante natural.
Al fruto de la malva le llamábamos “panecillo”
y lo comíamos sin temor a envenenarnos. Luego he sabido que con ellos se podía
hacer una tisana contra la tos.
Por último, el rey de las plantas alimentarias
de mi niñez era el “arcancil”, es decir, el cardo borriquero que comíamos como
si de una alcachofa cruda se tratase.
Mi madre no era muy partidaria de estas
comidas y nos asustaba diciendo que por culpa de ello nos salían lombrices
intestinales pero, la verdad sea dicha, no le hacíamos mucho caso.
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