En estos últimos días en que el calor hizo su
aparición de improviso y en plan verano de los buenos, me acordé de cuando me
llevaban a jugar a los jardines de la Victoria.
Me llevaba alguna de mis tías solteras y lo
pasaba fenomenal jugando a todo lo jugable y sudando “como un pollo”.
Cuando la sed era ya insoportable les pedía
algo para beber y calmarla y allí estaba ella: “La Aguaora”. Mi tía me llevaba
de la mano hasta donde estaba colocada aquella señora vestida con delantal
blanco impoluto y con un artilugio a su lado del que colgaban cantaritas de
barro de la Rambla, amén de un par de botijos o tres con sus capuchas hechas de
crochet y su “protector anti-chupones” hecho de hojalata.
Por mucho menos de lo que valía una gaseosa,
te daba una cantarita llena de agua fresca del botijo o bien una “tragantá” del
botijo directamente pero sin chupar.
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