Selim
se levantó de la cama para rezar sus oraciones a la salida del sol. Después se
lavó meticulosamente sin dejar suciedad en ningún rincón de su cuerpo. Se
dirigió de nuevo al dormitorio donde, en el respaldo de una silla, se
encontraba el chaleco que debía portar pero no sobre su ropa como prenda de
abrigo sino debajo de ella para hurtarlo de miradas que pudieran descubrir la
misión que debía de cumplir aquél día de diciembre que había amanecido nublado
y amenazando lluvia. Terminó de vestirse y tomó en su mano el teléfono móvil
que debía de tener una función importante en el desarrollo de los
acontecimientos que se avecinaban.
Salió a
la calle con el semblante serio y circunspecto, se puso la capucha de la
sudadera y tomó el camino de la parada del autobús. Sentado bajo la marquesina
esperó pacientemente que arribara el bus que tardó aún más de diez minutos.
Subió y
enseñó su abono al conductor para, a continuación, situarse casi al fondo del
vehículo donde permaneció de pié con aspecto taciturno agarrado al respaldo de
uno de los asientos.
Según
se iban sucediendo las paradas, el autobús se iba llenando y, dado que su
destino era la plaza del mercado central, pronto estuvo abarrotado.
A
medida que se iba quedando aprisionado entre los otros pasajeros, fue sacando
el teléfono del bolsillo y buscó en él la aplicación que iba a poner en marcha
el terrible episodio del que iba a ser protagonista…
¡¡Alá
akbar!!, ¡¡Alá akbar!!,.. ─ Gritó varias veces mientras apretaba la tecla del
móvil…
Los
viajeros del autobús se volvieron hacia él pero en sus caras no se reflejaba el
miedo como Selim hubiera supuesto sino que sus actitudes beligerantes le
hicieron retroceder asustado hacia el fondo del vehículo… oyendo a la turba que
le arrinconaba:
─
¡¡Acabaremos contigo. Ya no te tenemos miedo, ya no puedes matarnos otra vez!!
que triste es lo que estamos viviendo, verdad?
ResponderEliminarbesos