El reloj del Ayuntamiento comenzó a
desgranar su letanía de doce campanadas cuando Adolfo llegaba a las puertas de
la Notaría. Ocupaba ésta una antigua casona de dos plantas que, según decían,
habría pertenecido a la familia del Marqués del Balconcello durante siglos y
ahora, una vez comprada por el Ayuntamiento y remozada, formaba parte del
Patrimonio Municipal que se la tenía alquilada al señor Notario.
Miró en dirección a la casa parroquial que
estaba adosada al edificio de la iglesia y vio venir a buen paso a don Matencio
que llegaba “con la hora pegada al culo” como suele decirse por estos lares.
Esperó a que el clérigo llegase y juntos penetraron en las oficinas de don
Lionel, el notario.
Una vez en el despacho, don Matencio tomó
la palabra para explicar cómo la “lagarta” de su sobrina Lucía le había tenido
engañado acerca de su estado civil, Dios sabe con qué negras intenciones.
Don Lionel no tuvo dudas al respecto y
declaró con su voz engolada que la primera parte de la manda era imposible de
cumplir pues ya sea muerta o casada, Lucía dejaba de ser candidata al
matrimonio con Adolfo. Habría que pasar turno comunicárselo a la segunda
sobrina del cura, esto es, a María.
Este
era un buen momento para recapitular y ver la historia con perspectiva con el
fin de ir definiendo el final, así que se levantó de su silla de trabajo y se
dirigió a la cocina canturreando esa melodía que se metía por todos los
resquicios desde hacía unos meses: “Despacito… “.
Se
preparó un opíparo desayuno para reparar el desgaste fruto de la elaboración
literaria y se sentó a dar cuenta de él mientras escuchaba en la radio las
últimas noticias.
Notario, Cura e Interfecto quedaron pues de
acuerdo en que sería el fedatario el encargado de comunicar la noticia a la señorita
María Fina.
Adolfo se despidió de don Matencio en la
misma puerta de la Notaría y se dirigió a su casa donde hizo un sucinto relato
a Pepa de lo sucedido, más que, porque tuviera necesidad de informarla, por ver
si a la fámula se le ocurría alguna idea para solucionar la papeleta dado el
buen tino que tuvo para descartar a la primera candidata, pero Pepa no dijo ni
“mu”, asintió indicando que se daba por enterada y se fue a la cocina para
seguir con la preparación del almuerzo.
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