Los primeros días de su orfandad los pasó
Adolfo encerrado en su casa a cal y canto. No salió ni siquiera el domingo para
ir a la misa de doce como solía hacerlo con su difunta madre. La llegada de
Pepa con una carta del Notario le hizo comprender que, sin más remedio, tendría
que abandonar su clausura para acudir a la lectura del testamento de su querida
progenitora.
Llegado el día, se desplazó a la Notaría
acompañado de su inseparable Pepa que, desde la muerte de Doña Luisa, se había
convertido en su sombra protectora.
En la Notaría esperaban, amén del señor
Notario, el cura y las dos jóvenes que estuvieron presentes en el entierro,
hecho que puso a cavilar a Adolfo. Pasaron al despacho y tomaron asiento
esperando a que el fedatario abriera el sobre donde se encontraban explícitas
las últimas voluntades de la finada.
¡Vaya
parece que esto marcha porque mi conciencia no me ha hecho ni el más mínimo
reproche! Pensó mientras se tomaba un respiro para aclarar las ideas que se
agolpaban en su cerebro.
El Notario tomó la palabra y, con voz
engolada, comenzó a decir:
He de aclarar de antemano que se trata de
un testamento ológrafo que Doña Luisa redactó y escribió de su puño y letra
delante de mí y de dos testigos: el señor Cura y la señora Pepa, aquí
presentes.
El contenido es el siguiente: En Santa
Casia de Rita a 21 de mayo de 2011. La que suscribe, Luisa de la Caza del
Cerezo, mayor de edad y en plenas facultades físicas y mentales, según pueden
apreciar el señor Notario y las dos personas que hacen de testigos, declaro a
mi hijo Adolfo heredero de mi casa, del dinero de mis cuentas corrientes y de
mi finca de olivar con una sola condición:
En menos de dos meses contados a partir de
la fecha de mi fallecimiento deberá contraer matrimonio con Lucía Basta,
sobrina segunda del señor cura don Matencio Melquiades y, si ésta hubiera
muerto antes de la fecha, se deberá casar con María Fina. En caso de negarse a
cumplir con esta manda, quedará desheredado y mi herencia pasará a la
Parroquia.
Lo que firmo para que se dé cumplimento a
mi voluntad.
Esto va
de dulce, pensó, hace ya mucho tiempo que no oigo las riñas de mi maestro y
espero que la novela llegue a buen puerto.
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