lunes, 21 de agosto de 2017

El testamento



Los primeros días de su orfandad los pasó Adolfo encerrado en su casa a cal y canto. No salió ni siquiera el domingo para ir a la misa de doce como solía hacerlo con su difunta madre. La llegada de Pepa con una carta del Notario le hizo comprender que, sin más remedio, tendría que abandonar su clausura para acudir a la lectura del testamento de su querida progenitora.
Llegado el día, se desplazó a la Notaría acompañado de su inseparable Pepa que, desde la muerte de Doña Luisa, se había convertido en su sombra protectora.
En la Notaría esperaban, amén del señor Notario, el cura y las dos jóvenes que estuvieron presentes en el entierro, hecho que puso a cavilar a Adolfo. Pasaron al despacho y tomaron asiento esperando a que el fedatario abriera el sobre donde se encontraban explícitas las últimas voluntades de la finada.
¡Vaya parece que esto marcha porque mi conciencia no me ha hecho ni el más mínimo reproche! Pensó mientras se tomaba un respiro para aclarar las ideas que se agolpaban en su cerebro.
El Notario tomó la palabra y, con voz engolada, comenzó a decir:
He de aclarar de antemano que se trata de un testamento ológrafo que Doña Luisa redactó y escribió de su puño y letra delante de mí y de dos testigos: el señor Cura y la señora Pepa, aquí presentes.
El contenido es el siguiente: En Santa Casia de Rita a 21 de mayo de 2011. La que suscribe, Luisa de la Caza del Cerezo, mayor de edad y en plenas facultades físicas y mentales, según pueden apreciar el señor Notario y las dos personas que hacen de testigos, declaro a mi hijo Adolfo heredero de mi casa, del dinero de mis cuentas corrientes y de mi finca de olivar con una sola condición:
En menos de dos meses contados a partir de la fecha de mi fallecimiento deberá contraer matrimonio con Lucía Basta, sobrina segunda del señor cura don Matencio Melquiades y, si ésta hubiera muerto antes de la fecha, se deberá casar con María Fina. En caso de negarse a cumplir con esta manda, quedará desheredado y mi herencia pasará a la Parroquia.
Lo que firmo para que se dé cumplimento a mi voluntad.
Esto va de dulce, pensó, hace ya mucho tiempo que no oigo las riñas de mi maestro y espero que la novela llegue a buen puerto.

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