A
medida que el tiempo transcurría, Adolfo iba perdiendo la esperanza de alcanzar
su objetivo. Siempre le habían asegurado que no debía eternizar las esperas
porque sólo podría conseguir desasosiego e incertidumbre cuando lo que necesitaba
su espíritu era embriagarse con el éxito para, de una vez por todas, dejar
atrás el periodo de frustración en el que se encontraba inmerso desde hacía
algún tiempo.
Comenzó
pues a relajarse y a prepararse para asumir el nuevo descalabro cuando…
─ ¡No,
eso no debe empezar así! ¡Esa no es una manera correcta de comenzar una novela!
¡Cuántas veces tengo que repetírtelo! ─ La voz de su conciencia le martilleaba
el cerebro reproduciendo las palabras que su maestro le dirigía cada vez que le
corregía un trabajo.
Adolfo
no tenía claro ya nada porque los improperios de su maestro se reproducían cada vez con más frecuencia y, si
la cosa continuaba así, iba a tener que tomar una decisión drástica y dejar de
escribir.
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