jueves, 24 de agosto de 2017

Toma de decisiones



“La constancia y la perseverancia son el origen de las mejores historias”. “El escritor debe enfrentarse a la hoja de papel en blanco cada día”. Eran consejos que afloraban a su memoria y que le daban un acicate nuevo para seguir trabajando en su novela.
El cerebro de Adolfo era un hervidero de ideas encontradas. Salió de la Notaría acompañado de Pepa y sin despedirse de nadie. Estaba totalmente abrumado por lo que acababa de escuchar de boca del Notario y necesitaba estar a solas y en su casa para poner orden en su cabeza y pensar con claridad en lo que se le venía encima. Estaba claro que, ni de lejos, se habría podido imaginar el “regalito” que su difunta madre le había legado.
Dado que la Notaría no estaba lejos de su domicilio, no tardó ni quince minutos en estar encerrado en su estudio después de darle orden a Pepa de que no le molestara nadie.
Ahora había llegado el momento de ordenar sus pensamientos y comenzar a pergeñar el plan a seguir para evitar males mayores y salir indemne de aquél trance.
Cuando, después de varias horas dándole vueltas al tema, salió de su encierro voluntario se encontró con que Pepa le estaba esperando en la misma puerta del estudio:
─ Señorito Adolfo ─ dijo la buena mujer sin poder contenerse. ─ Tengo una noticia que seguramente le va a ayudar a arreglar el problema.
─ Dime, Pepa, y, por favor, no me llames señorito, me dices don Adolfo o Adolfo a secas cuando no haya nadie delante, que llevamos demasiados años juntos.
─ Pues han venido a darle el pésame doña Pura y doña Conce, ya sabe, las antiguas compañeras de la escuela de cuando su madre era maestra…
─ Ya sé quienes son, pero abrevie que no tengo todo el tiempo del mundo.
─ Bien, como Vd. me dijo que no le molestara nadie, pues les he dicho que estaba sesteando y las he pasado al gabinete de su señora madre para que tomaran un refresco, porque hace una calor…
─ Abrevie, Pepa, abrevie, vaya al grano, por favor, y ahórrese los detalles.
─ Pues nada, abrevio, como Vd. dice. El caso es que me preguntaron por las señoritas Lucía y María que las habían visto en la iglesia y no sabían quiénes eran…
─ Me está Vd. sacando de quicio. Al grano, Pepa, al grano.
─ Eso mismo, al grano. El caso es que les conté lo del testamento…
─ ¡¡Pepa!! ¡¡Por Dios!! ¡Con lo cotillas que son…!
─ Pare el carro, don Adolfo, y cuando termine con el cuento, me riñe Vd. todo lo que quiera.
─ Vale, Pepa, vale. Continúe con el “cuento”.
─ Pues resulta que doña Conce dice que ha visto a la señorita Lucía en la ciudad, en el barrio donde vive su hija…
─ Bueno y  ¿eso es importante?
─ Calle, calle que ahora viene lo mejor. ─ Pepa hizo un inciso para tomar aire y darle más emoción a su discurso. ─ Digo que la vio en el barrio donde vive su hija paseando por la calle con un señor del brazo y un niño de corta edad de la mano.
            Esto ya tenía mejor pinta. Estaba prácticamente seguro de que estaba en el buen camino. Su protagonista estaba cobrando vida a medida que continuaba la narración.

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