Mientras
almorzaba su cabeza no dejaba de buscar soluciones. ¿Y si se casase con la otra
sobrina del cura sin más ambages? Así todo quedaría solucionado pero ¿cuál
sería el camino para que el protagonista se convenciera de ello?
“No, no
y no, ¿no habíamos quedado en que había que dejar libres a los personajes para
que ellos decidieran por sí mismos?” se recriminó. Sería mejor dormir una
siestecita y luego continuar con la novela.
Soñó el
principio del desenlace:
Adolfo sintió una punzada en el cerebro al
escuchar las palabras del sacerdote. Seguía abocado a una situación que no
deseaba…
Acompaño al clérigo hasta la puerta y allí
le despidió conviniendo con él que deberían verse en la Notaría al día
siguiente.
¿Quiere Vd. que le prepare algo para
cenar? La voz de Pepa le sacó de sus
pensamientos.
Pues sí, Pepa, lo mejor será cenar temprano
y meterme en la cama para descansar que mañana será otro día.
Despertó
de pronto como si ya fuese hora de levantarse y se sorprendió porque sólo eran las
cuatro de la madrugada. Pensó en volver a acostarse pero al fin decidió
levantarse y escribir lo que había soñado.
La luz de la mañana entraba a raudales por
la ventana cuando Adolfo abrió los ojos. Consultó el reloj de la mesita de
noche y observó que eran ya las diez de la mañana.¡Había dormido casi doce
horas sin parar! Tenía que prepararse para acudir a la Notaría… Pero no había
quedado a ninguna hora… Desayunaría y llamaría a don Matencio para concretar.
Tras una breve conversación telefónica con
el cura quedaron citados a las doce del mediodía puesto que don Matencio ya
había solicitado la reunión con el notario a esa hora.
Ahora
sí podría transcribir uno de los párrafos que había dejado abandonados al
comenzar a escribir su novela:
Siempre había pensado que no debía
eternizar las esperas porque sólo podría conseguir desasosiego e incertidumbre
cuando lo que necesitaba su espíritu era embriagarse con el éxito para, de una
vez por todas, dejar atrás el periodo de frustración en el que se encontraba inmerso
desde hacía la lectura del testamento.
Releyó
varias veces el texto y le hizo pequeñas modificaciones hasta que quedó
contento con el resultado. Y ahora quedaba darle solución al segundo problema:
María Fina.
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