Don Matencio y el deseado correo
electrónico de la Agencia de Detectives llegaron al unísono a casa de Adolfo.
Fue sonar el timbre de la puerta y aparecer el informe en la bandeja del
e-mail, de tal manera que Adolfo no pudo echar ni un vistazo siquiera antes de
que el cura hiciera su aparición en el estudio seguido de Pepa.
─ Bien, aquí estoy, ─ dijo un tanto
malhumorado el sacerdote. ─ ¿Qué tripa se te ha roto para que me hagas venir
con tantas prisas?
─ Buenas tardes, don Matencio, tome asiento
y discúlpeme por haber sido tan vehemente, pero creo que el asunto merecía las
prisas.
─ Pues dime, dime, que soy todo oídos ─
dijo el párroco tomando asiento mientras Pepa hacía ademán de abandonar la
habitación.
─ No se vaya, Pepa, que Vd. también debe
ser parte de la solución. ─ Y volviéndose hacia el cura comenzó. ─ Este es un
correo electrónico que acabo de recibir de una Agencia de Detectives que
contraté esta misma tarde…
─ ¿Y para leerme un correo electrónico me
hace venir?
─ Poco a poco, don Matencio, que la cosa
tiene miga y se refiere a una de sus sobrinas, la tal Lucía con la que debería
casarme según deseo expreso de mi madre…
─ Muy buena, limpia y hacendosa que es la
chica. ─ Comentó el clérigo.
─ Sí, sí,
no lo dudo, pero aquí dice que está casada desde hace seis años y, amén
de su marido, tiene un hijo de cinco.
La cara del cura era como un arco iris,
primero se puso lívido y luego fue pasando por el amarillo y el verdoso hasta
llegar a un rojo encendido:
─ ¡¡Cómo!! Pero eso es imposible. Si a mí
no me ha dicho nada y soy su tío. Tráigame un vaso de agua, Pepa, que estoy al
borde del infarto. ─ Suplicó con un hilo de voz.
Pepa salió corriendo hacia la cocina para
traer el vaso de agua mientras el párroco trataba de digerir la noticia que
Adolfo le había endosado a bocajarro.
─ Pero, pero,… ¿eso es verdad? ─ Consiguió
articular don Matencio.
─ Totalmente.
─ ¿Pero cómo se le ocurrió contratar a una
agencia?
─ Porque Pepa me manifestó una sospecha que
le había comunicado accidentalmente una antigua compañera de mi difunta madre.
─ Doña Conce. ─ Terció Pepa que acababa de
volver de la cocina.
─ No hace falta dar nombres, Pepa. ─ Gruñó
Adolfo enfadado.
─ Pues si esto es cierto, y ya no me cabe
la menor duda, ─ intervino don Matencio ─ Vd. queda liberado de casarse con
Lucía… pero tendrá que contraer matrimonio con mi otra sobrina, María.
Ahora
tendría que pensar cómo solucionar la segunda parte del problema, pero sería
después de comer y descansar un poco.
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