miércoles, 27 de enero de 2016

Recuerdos: Salar (2)



Yo viajaba desde Córdoba en el coche de línea de Alsina Graells que me dejaba en el cruce de la Venta del Pulgar, a unos tres kilómetros del pueblo, y, desde allí, iba andando con mi maleta a más de cuarenta grados de temperatura hasta que algún conductor se apiadaba de mí y paraba para que me subiese a su vehículo y acercarme hasta la casa de mi tía María.
Mi tío Julio, que era un manitas, había construido un cuarto de baño con ducha en la planta de arriba y, cuando llegaba empapado de sudor, me daba un refrescón que me sabía a gloria.
La cocina y, sobre todo, las magdalenas que hacía mi tía Luisa eran el complemento ideal en mis estancias veraniegas pero la parte principal del asunto eran los bailes y los ligues amén de las juergas que me corría con los amigotes.
La casa tenía dos plantas y doblado. En la planta baja tenían una tienda de esas en las que se vende de todo, desde cartuchos para escopetas de caza hasta pescado congelado. En la trastienda tenía mi tío Julio su pequeño taller donde recargaba cartuchos, ponía marcos a los cuadros o fabricaba jaulas para perdigones. Yo me pasaba las mañanas en la tienda observando las labores manuales de mi tío y digo observando porque era tan poco hablador que costaba la misma vida arrancarle alguna explicación sobre su trabajo, no obstante, y según mi tía Luisa, era conmigo con la única persona de la familia con la que mantenía aquellos simulacros de conversaciones.

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