Cabello castaño y ondulado, una cara preciosa
y un cuerpo despampanante donde las curvas mareaban con sólo mirarla y las
vecinas del bloque la llamaban despectivamente “la Gilda”.
Vestía siempre con ropa muy ceñida, casi
siempre en verde esmeralda o en rojo vivo. Todos los chavales del barrio
soñábamos con ella y cuando pasaba no podíamos disimular la “sensación” que nos
producía.
Un día desapareció de la misma manera que
vino: de golpe y porrazo.
Nunca supe cual era su nombre pero hoy mientras navegaba por Internet
encontré una reseña de las películas de Rita Hayworth y no tuve más remedio que
acordarme de “la Gilda”.
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